El Gaucho Martín Fierro


de José Hernández (1834 - 1886)






Fuente: Primera edición, Buenos Aires, Imprenta de La Pampa, Victoria 79, 1872. Reproducción textual del ejemplar existente en la Biblioteca Nacional de la República Argentina (TES 3 A 06 33 18), con correcciones marginales del autor y la siguiente dedicatoria: "Señor Mariano A. Pelliza. En la aduana, su amigo José Hernández". Se ha respetado la ortografía y puntuación originales del siglo XIX. Obtenida a través del Proyecto Biblioteca Digital Argentina.

El Payador

En un espacioso rancho
De amarillentas totóras,
En derredor asentadas
De una llama serpeadora,
Que ilumina los semblantes
Como funeraria antorcha,
Hirviendo el agua en el fuego,
Y de una mano trás otra
Pasando el sabroso mate
Que todos con gusto toman,
Se pueden contar muy bien
Como unas doce personas.
Pero están con tal silencio,
Con tanta calma reposan,
Que solo se escucha el éco
De guitarra gemidora,
Mezclado con los acentos
De una voz que melancólica,
Murmura tan dulcemente
Como el viento entre las hojas.
Es un payador que tierno
Alza allí sentida trova,
Y al compás de su guitarra
Versos á raudales brota,
Pero versos espresivos,
De cadencia voluptuosa,
Y que espresan tiernamente
De su pecho las congojas.
Es verdad que muchas veces
La ingrata rima cohorta
Pensamientos que grandiosos
Se traslucen mas no asoman,
Y como nocturnas luces
Al irradiar se evaporan
La fantasia sujeta
En las redes del idioma,
No permite que se eleve
La inspiracion creadora,
Ni que sus altivas álas
Del arte los grillos rompan,
Ni que el instinto del génio
Les traze una senda propia,
Mostrándole allá en los cielos
Aquella ansiada corona,
Que iluminando el espacio
Con su luz esplendorosa,
Vibra un rayo diamantino
Que el númen del vate esponja
Para embeber fácilmente
De su corazon las gotas,
Y destilarlas despues
Como el llanto de la aurora,
Convertidas en cantares
Que vuelan de zona en zona.
¡Y cuántas veces no obstante
Sus desaliñadas coplas,
Sin esfuerzo ni trabajo
Como las tranquilas ondas,
Una á una, dulcemente,
Van saliendo de su boca!
O derrepente veloces,
Penetrantes, ardorosas,
Se escapan como centellas
Y el fondo del alma tocan!
Porque su maestro es
La naturaleza sola,
A quien ellos sin saberlo
A oscuras y á tientas copian.
Así el cantor sin curarse
De reglas que no le importan,
Sigue raudo y caprichoso
Su bien comenzada trova.
CÉLIAR -Alejandro Magariños Cervantes